De cuando en cuando
entre las horas del día
me es urgente respirar en el poema:
cómo quien toma aire a bocanadas de pánico
llenando los pulmones hasta la extenuación,
acudo al poema,
para respirar, por fin respirar
en este lugar que me es propio.
Donde mis branquias pueden olvidar
el excesivo cansancio de la vida.
Como quien se esconde bajo mantas pesadas
construyo en el poema mi propia casa,
lejos los mensajes electrificados
que acosan con las palabras de la razón
la sombra de aquello que debí hacer y no hice,
que debí parir y no parí,
que debí contar y no he contado.
La sombra de aquella mujer que se esperaba
pero que nunca llegó,
cansada como estaba de rebelarse
contra esa espera de si misma.
Tal vez, si nunca hubiera hallado el poema;
ni hubiera comprobado la naturalidad del aliento
en mis branquias, o el lento
partir de las olas hacia lo perdido,
o la promesa de aquella línea lejana
que se acerca como unos brazos desnudos.
Tal vez, me habría acostumbrado,
como se acostumbra a todo la sombra,
a prescindir del silencio
y hablar con la vida
tal cual
es.
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